
Pertenezco a una casta antigua, una raza cuyo origen se remonta a una tierra más pura, más sencilla, una raza de soñadores de antiguos sueños olvidados.
Soy hija de la Tierra y del Dios astado, no lo puedo negar. Desde hace muchas vidas pertenezco a esa manada oscura e incomprendida, la de las hechiceras, la de los magos, la de las curanderas y adivinas de diversa índole.
Antes de que los dioses poblaran la tierra nosotros ya estábamos ahí; esos otros dioses de carne y hueso que vinieron y profanaron la tierra sagrada. Antes de eso nosotros ya existíamos, conocedores del poder de las plantas, poseedores de poderes y secretos hoy olvidados.
Nunca necesitamos sacerdotes ni intermediarios para hablar con nuestra Madre; no los necesitábamos entonces ni los necesitamos ahora tampoco. Ni sacerdotes, ni más Ley que la del corazón. Ni sacerdotes, ni culpas y castigos. Ni sacerdotes, ni sabios para poner normas y preceptos.
Así fueron entonces las cosas y así deberían ser de nuevo.
Pero son tiempos turbios y cuesta encontrar aguas claras en las que nadar.
Hoy, muchos nos temen come se teme todo aquello que es desconocido; pero a pesar de su temor, cuando se hallan en un apuro nos buscan solicitando ayuda. Luego se santiguan en misa para olvidar su incursión en el otro lado.
Otros, ebrios de credulidad, creerán cualquier cosa que afirme una mente más fuerte que la suya, o verán un guía en donde apenas hay un ignorante o un malicioso con ansias de poder.
Sí, es fácil perderse en el laberinto de las falsas promesas y de las palabras altisonantes. Igual de fácil que es para los otros pensar que hay algo oscuro en nuestra práctica, algo que no sea el anhelo más profundo que alberga el corazón humano.
No está en mi ánimo atacar a nadie, hoy no. Hoy tan solo quisiera reunir a mis hermanos y hermanas por un instante, y si me estás leyendo es que quizá eres uno de los nuestros.
O quizá uno de los otros y ya me estés condenando en alguna hoguera virtual; ¿sabes ? no me importa, ya me han quemado en muchas, y como las salamandras, me he acostumbrado al fuego.
Hoy solo quiero que levantemos nuestra bandera, que nos sintamos orgullosos de lo que somos aunque los demás no lo entiendan, y nosotros algunas veces tampoco.
Hoy quiero dejarme arrastrar por la voz de la sangre que me arrastra a lo profundo de la caverna, al claro del bosque. Hoy escucho la voz de mis Dioses y proclamo mi estirpe con orgullo, sin esconderme de nada ni de nadie.
Festejemos la fiesta de la cosecha con orgullo, enarbolemos nuestra bandera bien alta y proclamemos lo que somos sin tapujos.
FELIZ DÍA DEL ORGULLO PAGANO